Ramos y Palmas se confunden en el cielo absoluto de nuestro singular Prado y sobre el perfil del templo catedralicio. ¿Por qué el Domingo de Ramos se viste siempre de azul celeste, de verde palmera, de blanca paloma, de esa ternura que traspasa la plenitud del pecho? Es que lo niños, con sus manos recién estrenadas reciben la primera impresión en la pureza virginal de su regazo, del camino, la verdad y la vida. Es el olor a palmas y alegría del Domingo de Ramos. Se inicia así la angélica y entrañable procesión de la Borriquita, acompañada por niños y niñas que con su infantil impaciencia expresan toda la emoción pura de su religiosidad escoltando al Rey de Reyes y al Señor de los Señores. Quien sabe si alguno recibirá la gozosa llamada de Él, el Señor, para servirle en su Iglesia "como brote de olivo, junto a su mesa". Vamos a unirnos al cortejo, amigos, de la entrañable Hermandad de la Borriquita o de las palmas como a algunos les gusta llamarla, porque ya sabéis, escrito está: hemos de hacernos como niños.
La Ciudad comprendiendo toda la grandeza teológica del momento le dirá:
Siendo Rey del firmamento
Es tan humilde el Señor
Que el lomo de ése jumento
Fue trono del Creador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario