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martes, 2 de mayo de 2017

Sentir, vivir...



Es en algunos de esos momentos tocados por la gracia, por la emoción, por la sensibilidad, en los que el cofrade se arrebuja para que el soplo de Dios descosa los llantos agolpados… Y ha llegado este año,  en el que yo he llorado, y así, mi espíritu confortara sus más íntimos adentros.
En ese arrebatador momento en que el fervor, la plegaria no alcanza a remendar los descosidos, ya zurcidos, de las entretelas del alma; en esos momentos en los que la voz se apaga y la emoción aviva los repizcos que ponen en vilo al corazón… Cuando entreveía mi paso por esta vida al vislumbrar como un palio por la esquina de una plaza surgía, su mecida, su son me guiñaban de su carita la luz y se marchaba, trasera de categoría, maneras percheleras de querer a María, erizándome la piel y pellizcándome en lo más hondo de mí ser.  
Anhelé esconder el silencio, encontrarme con Dios, ese que siempre ha estado velando el cabecero desgastado de una vieja alcoba y descubrirme en cualquier bocacalle con la gracia del aliento de su boato, repujando quejidos al amparo de los requiebros desvelados de mi mirada.
Pretendí regresar a mi infancia y descubrirme entre el gentío, expiar los ofrecimientos revestidos de promesas al acariciar con mis labios una estampa de su divina belleza.
Esos lloros que rociaron mi cara el domingo en que el Señor del Amor quebró el halo de su ermita, todavía resuenan en mis labios y en el alma y en sus honduras; los que una Madre en Soledad vislumbró en mis pupilas entre varales y calas perfumando el aire en inigualables fanales, prueban que la Madre de Dios de ningún modo me abandonará en este valle de inquietudes y ansiedades; y ante el Señor de las Penas –camino del Carmen-, descubrí al pie de la letra lo que era romperse, conmoverse sin poder remediarlo.
Sobrevinieron muchas lágrimas más. Y no reniego de los sollozos…. Clamaría por revivir cada pellizco clavado en el alma nuevamente… Unos vivían conmigo, otros, inesperados eran dejados... pero unos y otros fueron vitales, inseparables.
 Me prestaron, me transmitieron aliento, fe cuando la vida me descuidaba.
 Sentir, vivir, llorar la Semana de nuestras pasiones, de nuestros amores, de nuestros fervores…la sensibilidad que evangeliza en nuestras calles.

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