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martes, 17 de noviembre de 2015

"Desde mi ventana..."

No podía dejar de estar allí. Aunque recela para sí que le hace daño. Ya no puede vestir su cuerpo del trabajo que enriquece al hombre, recrear un esfuerzo para transmitir devoción, fe, oración callada en cada chicota, emoción contenida en cada revirá, acariciar el cielo con Ella en cada levantá… Y sin embargo, cada año, fiel a su cita, se encontrara con Ella a los pies de esa rampa empedrá, invadiéndole casi al unísono una tristeza que angustia su semblante y una ilusión recién estrenada, como la de esos revoltosos monaguillos rodeados de sus padres, que llenan de una luz de amanecida sus cansados ojos… Divagaba en cortos paseos su nostalgia. Se sentía un poco solo. A veces saludaba a algunos de los menos jóvenes. Era en estos momentos previos cuando sentía no considerarse uno de los escogidos por Ella.
No podía dejar de estar allí. Entrar en la iglesia. Mirar quedamente el paso recién encendido. Piensa en sus hermanos de hermandad, esos amigos que ya no están y ve sus rostros en el cálido semblante de la que quiso Dios llamáramos Madre. Recuerda las noches interminables de ensayo y de tertulia con cualquier pretexto… ¡Dios mío! Mira a su alrededor. ¡Cuántos jóvenes! Son otros tiempos, se lo dice a su hijo. Detiene ahora sus pensamientos en el rostro tantas veces preocupado de su mujer, esperándolo resignada…
Era su vida. No podía dejar de estar allí. Mira ahora el bello rostro de su Madre bendita. Parece que el tiempo se ha detenido… Sale hasta el dintel, donde están ya formados los primeros tramos de hermanos nazarenos. Ante sus ojos va pasando la cofradía. Algún pequeño saludo, una mirada en silencio. La seriedad de la penitencia.
No podía dejar de estar allí. Ha vuelto a perder la noción y el sentido de la realidad. Pero ante sus ojos un sordo crujido le descubre que el paso se ha arriado justo a su lado. Miradas de alegría y reconocimiento se abren paso entre los antifaces. Las lágrimas vuelven a brillar. Contempla a su Madre en Soledad. Reza sin palabras. Diríase que La llama. Se siente vivir en presencia de su Soledad.
La procesión se aleja y las puertas se cierran tras el paso. No sabe si volverá a vivir este momento. Pero en las entretelas de sus sentidos percibe que no se ha quedado allí, que va con ellos haciendo una nueva estación de callada penitencia.