Con el preludio de estos decires acariciaría
sentir el silencio, ese que se percibe en estos lugares, con los cirios
encendidos, ya impuestos los antifaces, las cruces sobre los hombros, aprestados
los estandartes, dominantes los guiones, ardiendo ya los ciriales, en tensión
los costaleros, y atentos los capataces. Silencio que es oración que llevamos a
la calle cuando, por la collación del Carmen, en el convento, esa angosta
puerta se abre.
Ese silencio sagrado que se oye
en estos lugares, estando ya preparados antes de salir el martes a pregonar
silencio y oración por las calles. Silencio de Martes Santo, silencio de largo
capirote enlutado apuntando al cielo. Silencio de Penas que anda por las calles…arrastrando el
madero. Ese silencio me ayuda a ver lo que yo más quiero.
En ese silencio la veo en la plenitud
del Cielo: que no necesita altares que dispongan de algún hueco porque esa
santa ya ocupa una hornacina en mi pecho. Silencio de una hermandad que cargada
de Penas anda, enseñando a una ciudad la verdad, el sentido puro de orar en la calle, sin ornamentos... silencio de su recuerdo.
Silencio de Martes Santo. Silencio,…
silencio,… silencio.
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