Comenzamos la segunda parte del Avemaría exaltando su santidad y el gran motivo de su dignidad. La portadora de Dios es Santa. Ella creyó en la Palabra del Señor y se entregó como la esclava del Señor, y gracias a eso el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Como madre alimentó a Jesús, lo protegió, lo educó. ¡Qué digna representante del género humano que le da a Dios todo el amor que su pequeñez es capaz de dar!
Nos duele escuchar: "Y los suyos no le recibieron" pero María sí lo recibió y hoy nosotros, cultivando la vida de gracia, queremos recibirlo como lo hizo ella.
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