la que nos arenga a creer en unos fervores sacrosantos, arraigados hasta los mismos tuétanos de tu gente, del pueblo que te quiere y de la ciudad que te venera, la que vence al tedio y al escepticismo con una simple oración sincera, la que deja en manos del destino lo que el destino tiene marcado sobre nosotros. la que nos mantiene en vilo esperando un nuevo atardecer, de una nueva víspera y en el mismo altar de amor.
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