Se aprestaba a iniciar su vía dolorosa cargando con la cruz, ansiaba arrancar la soga de sus manos cuanto antes para poder estrecharla, para alcanzar a quererla. Y...allí estaba yo para contarlo, para captar el inaplazable inicio de su camino hacia el Golgota. Con toda la grandeza de su expresión, de su ser, con toda la magnitud del drama que se aproxima. La imagen de Dios, el Dios de una ciudad encamina sus potencias, su gran poder hacia la muerte en la cruz, sobre un manto de claveles rojos tejido en la noche más hermosa de la ciudad. La corriente de un aire fresco aún estaba viva. Crestas color madera, volutas repujadas para mecer el altar de Dios. Y en el cielo San Pedro tiñendo nubes de color tempestades en una madrugada de Viernes Santo. Esta imagen no estaba en ningún salón, ni sobre una cabecera de dormitorio, estaba sobre la mesita de noche de una Madre tocada de Gracia y Esperanza, que llora viendo sufrir a su Niño.
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