Vamos a acercarnos silenciosamente una noche cualquiera a la plaza que debiera ser de Santa Ángela de
Y yo he visto sus manos de Madre limpiando el sudor de los enfermos; y en los suburbios una Madre aparecía cada mañana aliviando su dolor y su miseria; y un Madre enseñaba a los niños sin escuela a leer el nombre de Jesús y una Madre acompañaba en la noche la angustia de aquella pobre anciana que, sin nadie en el mundo, sólo esperaba la liberación definitiva de la muerte; y una Madre amortajó entre rezos el cuerpo frío y desnudo de un pobre hermano abandonado.
Que así escriben cada día el testimonio de su maternidad las hijas de aquella a la que los percheleros, aunque un Papa la haya elevado a los altares, prefieren seguir llamándola sencillamente Madre. Porque nadie como este barrio conoce el verdadero evangelio de la maternidad reiterado día tras día cuando a las puertas de esa casa llaman la angustia, la amargura, la esperanza y la soledad de mi Ciudad y todos encuentran consuelo en el amor de las Hermanas de
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