La alegría de quien viene a confortarnos en nuestras penas se refugia en estos días tras los muros conventuales del Carmelo. Al amparo de una madre confiada, resguardado por un padre en el amor a su hijo cautivado y recibido con enorme gozo por una cofradía que con pena profunda en el alma le aguarda con una cruz de pecados que le entrega cada Martes Santo cuando vuelve a la clausura que le espera con dulzura para curar sus heridas.
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