Evocas, a escasas horas de tu venida…evocas un sueño de Amor por los Remedios dormido, entre hojas de naranjos y azahar recién florecido… Sugieres Piedad, Piedad que muere al compás de un silente y sobrio rachear, rancias filas de negro tafetán regio sabor a cofradía, olor a viga centenaria de catedral de recuerdos embebida… Recuerdas la Pena, Pena que arrastra mi Dios cada Martes por el Carmen, rachear costalero del que surge el requiebro de una cruz al sentir el susurro de la piedra del sacro convento y su puerta que te quiere abrazar...nubes de incienso, sonidos de antaño, olor a cera, capirotes de pena perfeccionan la dramática escena… Y, es que, podría contaros que la Semana Santa de nuestra ciudad es ese frío que recorre el cuerpo cuando la luna pinta desalientos sobre las callejas que conducen hacia la clausura carmelita la Pena de un Dios que nos mira y nos pellizca el alma que en vilo nos tiene...respira poco a poco, ¡parece que no puede! Podría confesaros que la Semana Santa de nuestra ciudad es ese pellizco que acaricia el alma cuando te giras y ves que un misterio, inundado de lirios, morados de Pena y de dolor, viene racheando, navegando sobre pies que marcan las huellas de tu camino. Pero tu llegada Señor es mucho más que todo eso…y es que hay un encuentro con Dios en tu nacimiento y como no, en Semana Santa. Un encuentro único, exclusivo, personal como el Amor de Dios a cada uno. Y este encuentro sí que no tiene víspera ni final, puede vivirse permanentemente, desde que descubrimos cada cual que el Señor nos llama, nos está esperando y aguarda nuestra respuesta. Todo se une en el Señor y su bendita Madre, la razón de ser de la Semana Santa: el sacrificio por amor de Dios mismo, que Ciudad Real y sus cofrades glosan en la gracia y en el Amor a su Semana Mayor.
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