Una escala de sueños sostenida por la ternura del aliento de Dios. Tu mano, Cristo, nube desnuda que parece llevarse todo el sol que nos une, y, sin rozarlo, hacerlo llover después sobre estos corazones dolidos que van por los senderos, deslumbrados de Ti, para caer en ese hueco tuyo que edifica la noche de los cielos. Un brillo oscuro en que el común origen pone cerco y designio a nuestras vidas.
Tú eres aquí meridiana faz de Pena…humilde y alta cual ninguna… Sobran, pues, las palabras. Mirarte solamente. Miradlo fijamente, interioricemos el silencio de sus pisadas… a solas con mi Dios nocturno…en el tranquilo reino, en el fondo del alma. Silencio puro. Mi Señor camina hacia su muerte…
Una calle de lirios para las calles de su Real Villa… Silencio puro, íntimo, sincero. Silencio para reconciliarnos con nosotros mismos. Solo Dios puede, de la materia, hacer brotar el espíritu. Creamos eternidad en cada una de nuestras imágenes. Este es el poder maravilloso que Dios concede a nuestra ciudad. Y está en nuestras manos. Ciudad Real transformando nuestro pobre tronco humano en imagen de lo divino. Vuela entonces el ala de un Ángel sobre la niebla de nuestra mediocridad. Nuestro corazón tiembla de sobresalto. Un hombre que aún es joven se va muriendo arrastrando una cruz por nuestras calles. Martes Santo. ¡Cuánta Pena en su rostro! Simón de Cirene le acompaña.
Y llueven sangre nuestros cirios oscuros de amigos con capirote enlutado, Semana Santa de la ciudad arrepentida, lágrimas de temor por la ciudad alegre y confiada que cierra el puño vergonzante y tapa sus oídos al clamor de los pobres.
Perdónanos Señor de las Penas, imagen de nuestro corazón, que cuando estas en la calle, cuando apareces ante este pueblo mío, al que amo y Tú amas, uno comprende y siente el gozo mismo de la eternidad. Porque Tú has querido que sea aquí, en esta ciudad, al amparo de esta cofradía, donde cada uno de nosotros haga el milagro de crear tu rostro divino a imagen y semejanza de la gloria que soñamos.
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