A unos lapsos de que la espera de tus cofrades, siempre eterna, despierte de ese sueño inmortal entre nostalgias y añoranzas, y la luna de Nisán adorne su destello en las pilastras de una catedral cansada y vieja de contar centenarias historias, darme licencia para que os transmita lo que profeso cuando veo cada Domingo de Ramos a la hermandad más joven de la ciudad…pero que todos los sentidos resucita.
Anhelando esas horas en que mis pies me insistan en conquistar una tregua, mis emociones clamen una quietud y mis sollozos ya no requieran esconderse tras una cámara en la que aliviar mis pecados, leer estas líneas y entenderéis lo que digo sobre quien atado, reinando sobre el altar tallado por el amor de sus hermanos y acosado por sayones y romanos, vemos cada Domingo prendido, anhelando la Salud de su Madre consolándolo tras sus pasos.
Su hermandad, sus cofrades, sus hermanos quieren hacer que creas, que sientas que ese que al compás de latidos de corazones costaleros anda buscando la conversión de cada uno de los que lo admiramos, respira el mismo aire que nosotros respiramos y que es más, mucho más que una simple talla de madera, que su nombre es el que mueve los cimientos de miles de personas que tienen en su camino el sendero para llegar a la gloria. Y, es que su Palabra rompe portones, abre ventanales, aparta cerrojos, aclara cancelas, y ablanda corazones con sólo escuchar el regalo de su silencio. Porque su contemplación te duerme en el horizonte de los días que nos quedan por vivir.
Mira más allá de un izquierdo dado al compás de una marcha, o de una bulla que camina de espaldas doblegando las paredes de un pasaje a merced de su aliento.
Búscalo en los latidos de cada nazareno de fila, en las fajas que envuelven hombres con ofrendas y fatigas, en las órdenes de mando que desnudan las creencias de un pueblo; porque ahí es donde se esconde la grandeza de este Dios.
Faltan aún unos meses para verlo, y ya percibo su hálito recorrer las hilvanes de mis fibras, faltan un par de estaciones con su cuaresma para notar sus pisadas viniendo de frente en ejemplar racheo de alpargatas, y no sé si salir a su encuentro por los angostillos de mis años ya gastados para darme cuenta de quién soy.
No deja de resonar
en mi cabeza lo que una vez Dios en la soledad de su “habitación sagrada” me susurro entre plegarias: “perdonar es el valor de los valientes” con un humilde aviso es capaz no sólo de perdonarte, sino de llevarte a través de una hermandad a cambiar tu corazón y a creer en la verdad de Aquel a quien sientes.
Regalarnos otros quince siglos más…
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