Descendían el cuerpo sin vida del
Amor… por su arrabal…al amparo de las murallas reposadas de su oratorio y allí
estaba Ella para arrullarlo, para susurrarle, para quererle, para amarle. Y…allí
estaba yo. Coloque la cámara en la zapata y sobre un Gólgota en un paso
recreado, me encandile con la escena matizada de claroscuros en la que se acrecienta
toda la crueldad de la tragedia. El Amor de Dios llagado, lanceado y con las
potencias irradiando su gran poder se precipita, desciende sobre los claveles de
su paso. La cuaresma en la ciudad aún estaba viva. Imágenes grises de aflicción
para borrar la sangre de su materia mortal, misericordia para una Madre.
Mientras por el cielo de los Remedios, bohemios de nuestra tierra tiñendo las emociones
del Viernes Santo. Esta foto nunca debería haber estado en mi cámara, ni en su
tarjeta de memoria, ni en la guantera de mi coche ni en el fondo de mi cartera
de devoción desgastada, y es que la atesoraba
Dios en el cielo de esa capilla y me la regalo una mañana, cuando despuntaba una
cuaresma de la que nunca olvidare el mejor de los regalos, la imagen de su Hijo, el Amor
que en otros tiempos a mi lado siempre estuvo, y... es que tanto Él como yo nunca nos habíamos despedido.
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