“¡cofradías sin cofrades, que maravilla!”.
Esos mismos “paisanos” que a determinados cofrades de la ciudad quisieron condenar al silencio y al olvido. Esos poderes facticos que como doctores Honoris de sus causas aparecen por la ciudad, nadie sabe desde donde, ni por donde ni en que pupitre han manchado su cuaderno, y empiezan a introducirse en algún negocio, oficio, grupo social, profesión o gremio en el que, trepando poco a poco, lograran tener algún cierto dominio, y, para poder figurar en los círculos bien pensantes de la ciudad, se apuntaran a una cofradía, buscaran desesperadamente un buen puesto dentro de ellas, encabezaran donaciones para comprar nuevas candelerias y nuevos mantos, y luego, con la acogotante osadía de la ignorancia, se irán poniendo todas las medallas, se creerán la quinta esencia de “lo cofrade”, de “lo puro”, conseguirán la vara de todas las presidencias, para terminar apoderándose hasta de las reliquias de los santos.
Con estos elementos se podría escribir la otra historia de la ciudad y sus cofradías. Esa otra historia que en el caso lamentable de algunas ilustres y reales corporaciones, se están convirtiendo, por la malidicencia y la vanidad de unos pocos intrigantes, en el coto privado de una minoría discriminatoria que parece jugar a comportarse como dictadores cerriles y torpes, siempre cantando al lucero del alba.
Pobres asociaciones violadas por la envidia, la ceguera intelectual o la más simple y desproporcionada estupidez. Pobre ciudad y sus cofradías sirviendo de pretexto a tanto judas de aquilinas y aviesas intenciones y a tanto espurio comisario del rencor.
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