Cuando estas lineas vislumbren los resquicios de luz que se escapan de la puerta guardiana de este, vuestro zaguán, ya habrá sucedido todo un año mas.
Escribo ahora desde el cierro de la esperanza, del anhelo, del "todavía no", de la túnica aun sin planchar, de la papeleta que aguarda, de la candeleria virgen. Un jugueteo con el tiempo hará que lo que en estos instantes apunto, se lea ya en la esperanzadora Cuaresma.
Se nos habrá hecho presente vertiginosamente, como un suspiro entrecortado por un susto, como un fogonazo.
El exceso de agonía cofradiera viene cuando, en el primer sábado de Cuaresma, desde el corazón de Santiago veamos partir el primer cirial, la primera nube de incienso y la primera cruz que se aleja...Y surge el demoledor pensamiento: "ya se esta acabando la Semana Santa".
Y entonces, en lo más intimo del sentimiento, cuidado y pulcro, recién salido del encuentro con los sentires de nuestra Cuaresma única, llegamos a la conclusión de que preferimos, muchas veces, las vísperas como vivencia mas serena, placentera y pausada de todas nuestras cosas. Vísperas son esa mañana fresquita y luminosa, radiante azul aun de invierno, que adivina como a lo lejos se aproxima la banda de cornetas y tambores que precede a la Cruz de guía. Son los días del prefacio de la Primavera. Vísperas son el memorial de intimidades susurradas en el encuentro del Domingo de Pasión, Ramos adelantados en las manos de una Madre de Misericordia plena y en los pies benditos de su Hijo Nazareno. Tarde de jardines verbales, de presentido y esperado Pregón, del nervio y la caricia, del pellizco y el aldabonazo. Vísperas de la túnica colgada ya fuera del altillo, olor a esparto por las habitaciones, o en el encuentro con el amigo que trae su capirote nuevo ya forrado con el antifaz. Vísperas que se adelantan en el tiempo en la medida que uno sienta necesidad de vivir, palpar el futuro como algo actual, cuando aquel "todavía no" toma presencia de categoría vital que casi sustituye al "ya si", con la diferencia de que no se te escapa... Todas estas disquisiciones se me ocurren en la propia víspera. Pero que verdad es que nada hay como el momento real y verdadero. Nada como el momento mismo del encuentro, de la vivencia. Un instante que vale bien su brevedad: la saeta sorda de cualquier mirada perdida entre varales; el balanceo de un simpecado; la rotunda palabra de un friso de lirios; la voz seca y recia del capataz; la alargada sombra de una Cruz de Guía; la mirada de un nazareno; el ímpetu formidable de una levantá; del cansancio del penitente que llora la brevedad de su encuentro con Dios. Un intemporal viaje a la Gloria de los ojos de la Madre, en cualquier esquina, en cualquier momento, con el sonido de fondo de una marcha que suena celeste; de la sombra de Jesús Nazareno abrazando mi propia sombra, en el encuentro tan anhelado en un trecho embaldosado de su camino de la Cruz, por la Via Dolorosa hacia el Gólgota ciudadrealeño. Porque hay un encuentro con Dios en Cuaresma y como no, en Semana Santa. Un encuentro único, exclusivo, personal como el Amor de Dios a cada uno. Y este encuentro si que no tiene víspera ni final, puede vivirse permanentemente, desde que descubrimos cada cual que el Señor nos llama, nos esta esperando, aguarda nuestra respuesta.
Estamos en vísperas cuando esto escribo. En Cuaresma de vida cuando estas letras vean la Luz de la fe. Todo se une en el Señor y su bendita Madre, la razón de ser de la Semana Santa: el sacrificio por amor de Dios mismo, que Ciudad Real y sus cofrades glosan en la gracia de su cuaresma y en el Amor a su Semana Mayor.
2 comentarios:
Entiende este comentario como un aplauso enfervorizado que obliga al pregonero a seguir de pie quince minutos después de acabar su pregón. Una delicia...
pues que sean dos los que aplauden
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