Desde los ojos de la tradición, de nuestras raíces, la visión del mundo produce un extraño aturdimiento, como un agolparse dentro del ciudadrealeño imágenes vividas en otras muchas celebraciones y tradiciones de su historia; se acumulan dentro, iluminando con su abundancia sentimental los vacíos de la existencia, llenando de verdad y de verdades el instante que parece detenerse en aquel gesto de infancia tal vez, o en aquel otro recordando de pronto, hombre ya, con la ausencia forzosa de los seres que amamos, el padre y la madre que lo llevaron a uno de la mano en aquel primer año de salida, la vida misma recortándose a contraluz en el Santo de nuestras más enraizadas creencias, San Blas, que abre su sombra en piedras de iglesia grandiosa abrazándolo todo, asumiendo todas las caras inocentes e infantiles reflejadas en su rostro. Allí, en la mirada perdida de sus ojos van perdiéndose también sombras amadas y recuerdos, sentimientos, emociones que volverán a encontrarse definitivamente (así lo confesamos y así lo deseamos) en la Casa del Padre, Casa de todos, eternidad de eternidades que en esa imagen de Santo de tierna y querida tradición parece culminar, para siempre, nuestra historia y nuestro cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario