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lunes, 13 de febrero de 2012
Presentida Primavera...
Acá, casi en la cercanía, Señor, el jardín del convento del Carmen y sus hermanas Carmelitas se ha hecho canto a la vida: luz, verde, trinar de las aves, clausura alegre, y el espíritu de Santa Teresa, tan cultural como conventual, proclamando que la clausura no es cárcel en la sin igual primavera de la ciudad. Ya, Señor, han roto en blanco y perfume los almendros. Ya se ha hecho alegría el Prado cercano y claro, reducto de grandeza bien entendida y mejor respetada, recuerdos de mi infancia, donde comenzara a madurar la fe lejos de la mantenida tristeza castellana que acabara contagiando una talla sin embargo excelsa, amada y comprendida, La Morena del Prado que en su camarín se alza como Reina indiscutible de tan Real Villa. Sí, Señor, he cruzado por esa riada de alegría y vida que es la ciudad en estas vísperas del gozo, y llego aquí y ¿Qué me encuentro, Señor?: oscuridad y silencio; tu cuerpo que pende de la Cruz sin halito de vida. ¿Es esto una derrota Señor?, ¿es un castigo?, ¿la vitalidad de la calle es un engaño? No me contestes, Señor, me quiero contestar a mí mismo, Tu continua con la sabia elocuencia de tu silencio que a buen seguro es una respuesta confortadora. Tu cuerpo yacente y sin vida en principio no sería más que la figura de nuestra sociedad. Una sociedad a la que tras el oropel de la alegría le han matado la moral y el espíritu. Hay, a que dudarlo, quienes se han empeñado en enterrar, como si te enterraran a Ti, la realidad de las raíces cristianas de la vieja Europa, que han conformado a través de los tiempos una sociedad con defectos, como todo lo humano, pero bajo el primado de unos principios morales en absoluto confundibles con una forzada confesionalidad social.
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