Un ministro del gobierno socialista aprovechó un lunes de agosto para declarar, más o menos privadamente, que se proponen eliminar -¿con que derecho?- los símbolos religiosos en los colegios públicos y una nueva regulación en las fuerzas armadas y en los hospitales. En una palabra, que al señor ministro de justicia y -puede deducirse- a su jefe de gobierno señor Rodriguez Zapatero parece que les molesta el crucifijo en la vida pública. Como Zapatero y Caamaño deberían saber, público viene del pueblo; de modo que lo correcto políticamente y lo decente moralmente es preguntarle al pueblo si quiere que desaparezca el Crucificado de los colegios público, de los cuarteles, de los hospitales, más adelante quien sabe de dónde más..., porque en el programa electoral del partido socialista eso no iba. ¿Por que no se atreven Zapatero y Caamaño a someter eso a un referéndum? ¿Habrá que recordarles a quienes confunden objeción de conciencia con desobediencia civil el artículo 16 de la Constitución española, vigente que yo sepa? Desde hace 2000 años, desde la Palestina de Herodes a la URSS de Stalin y a los campos de exterminio nazis se ha querido eliminar al Crucificado del corazón y del alma de los pueblos; en el Cerro de los Ángeles todavía permanecen los restos de la imagen del Corazón de Jesús al que fusilaron, pero ni una sola bala tocó su corazón. Cuando España fue verdaderamente grande - y ahora también lo hacemos los que queremos que siga siéndolo-, la gente rezaba así:
"Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amen."
Vale la pena hacerlo cada día, con los impresionantes textos de nuestros clásicos que aquí ofrezco también:
"Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amen."
Vale la pena hacerlo cada día, con los impresionantes textos de nuestros clásicos que aquí ofrezco también:
No me mueve, mi Dios, para quererte
en el cielo que me tienes prometido,
Ni me mueve el infierno, tan temido,
para dejar, por eso, de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu Cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara.
Y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar porque Te quiera,
porque, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
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