Este es el universo mágico y el milagro de cada víspera de San Lorenzo. La señal, el argumento, lo distinto, la sorpresa, el devenir imprevisible, la verdadera vida disponible del hombre o la mujer ciudadrealeños. Reconocer en esa determinada imagen la Virgen de nuestros amores, la Morena que reina en nuestras vidas, una asunción material, una imagen real, un signo absolutamente vivencial e intimo donde toma forma toda nuestra historia personal y secreta, y se realiza un encuentro de comunión con la vida. Pero no la vida absurda, cruel y fea de cada día, sino la vida como fiesta, como aventura estética, como razón poética del vivir y del sentir, sentimiento único e irrepetible. Más aún. Para poder expresar las cosas concretas que él mismo necesita, para no ahogarse en la vulgaridad de la existencia cotidiana, el ciudadrealeño crea la imagen material de su propio imaginar. Necesita verse a sí mismo en las Imágenes y, en proyección inversa, visualizar el sentimiento de lo imaginado. Esto le ayuda a entrar en comunión con los acontecimientos.
María será, pues, imagen y semejanza de su propio sentir. Imagen de nuestro corazón. Historia secreta y personal por tanto, y argumento indiscutible de comunión de vida. "Lo sobrenatural que es a la vez carnal". Pero carne y sangre que se da, que se entrega graciablemente, haciendo eternidad del instante de su entrega. Esta es la felicidad: un instante tan solo en que el vivir es sentir y puede reconocerse como gozo. Ese es el pellizco interior, el escalofrío que nos produce una imagen determinada donde nos encontramos de nuevo con la memoria misma de tantos rostros queridos que parecen estar allí, en el rostro de aquella Virgen. Comunión y encuentro...
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