Evocas, a escasos días de tu inusitada
presencia, un sueño que ahora por San Pedro parece dormido entre el envejecido y
rancio dorado de tu altar y el sepia del otoño recién pincelado. Sugieres
Amargura, que entreteje sus manos al compás de un silente y sobrio rachear,
rancias filas de negro tafetán regio sabor a cofradía, olor a terruño ancestral
de una Muy Real Ciudad. Suenas a
Amarguras, a Valle de ojos esmeralda, a costalero y a su rachear, surge el
requiebro del remate de tu varal al sentir el susurro de la piedra centenaria
de San Pedro y su puerta que te quiere
abrazar, nubes de incienso, sonidos de antaño, olor a cera, capirotes de negro
Soledad perfeccionan la dramática
escena… Y es que, podría contaros que en la calle, la Soledad, es ese frío que
recorre el cuerpo cuando la luna pinta desalientos sobre las callejas que
conducen hacia ese camarín, cofre de nuestras devociones, que cobija la mirada
de una Madre que nos cuida y pellizca el alma… y es que en vilo siempre nos
tiene, pues su respirar parece que poco a poco se detiene, que podría llegarse
a parar. Podría confesaros que en la calle, la Soledad, es ese anhelo que
acaricia el alma cuando te giras y ves que un palio, inundado de fulgor, de pena
y de dolor viene racheando, navegando sobre pies que marcan las huellas de
tu camino Soledad. Pero tu llegada Señora es mucho más que todo eso… y es que hay un encuentro con Dios en tu
mirada, un encuentro único, exclusivo, personal como el Amor de Dios a cada
uno. Y este encuentro sí que no tiene víspera ni final, puede vivirse
permanentemente, desde que descubrimos cada cual que el Señor nos llama, que nos está esperando, y
que aguarda nuestra respuesta. Todo se une en el Señor y su bendita Madre, la
razón de ser de nuestras cofradías, el sacrificio por amor de Dios mismo, que
Ciudad Real y sus cofrades glosan en la gracia y en el Amor a su Madre, Madre
Bendita de Dios.
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