Eternamente anhelando su bajada, y es que su perfil, su aire y su mirada de Madre indulgente y bondadosa se alcanzan mejor estando en ese soñado costado, guiando un año más nuestros rezos por los que no están, nuestras peticiones por los que vendrán y las de todos, que una vez postrados ante su reluciente altar solo pediremos volverla a ver un año más...
Al verla cada agosto enseñoreada en el lateral de la que es su casa, resuena en mi nostalgia y paladeo a qué sabe el aguardo de una promesa, recordé a mi hermana Carmen y me sentí enormemente afortunado y eternamente agradecido a mi madre por haberme parido ciudadrealeño y devoto de su Virgen del Prado.
Al arrimarme a calmar mis desconsuelos en el tafetán donde prendemos nuestros lamentos, mi ser es recorrido por corajes, por cariños, por pellizcos de tantos allegados y creyentes que hincan diariamente sus rezos en esa mirada dulce que refleja el color del cielo y que nos protege mejor que nadie de este mundo encorvado de desaires, envidias y falsas convicciones disfrazadas de leyes que buscan justificar quedos y vacíos rezos.
¿Quién no le ha rezado alguna vez a Nuestra Virgen del Prado?
¿Quién no ha reparado al menos un segundo ante su camarín?, como si alguien nos dijera…para, no vayas con tanta prisa y mírame, porque una madre siempre al hijo espera despierta…
¿Quién no conoce a alguien de esta especial Hermandad?
Y hasta su casa anduve, orientando hacia Ella mis pisadas para un esperado y diferente cruce con esa Madre que prefirió quedarse en esta tierra a estar peregrinando por el más sempiterno de los cielos. Al verla en la distancia, percibí que Ella aguardaba mi llegada.
Apresuré el tranco, la averigüé entre sus devotos, mis paisanos y en el pórtico que da entrada a la gloria me quedé, ausente de todo…sin pretender nada…sin buscar nada,… solo esbozar mis más profundos y sentidos suspiros en tan majestuosa atmósfera de fe y devoción cargada.
Ya siendo niño constantemente me ha impresionado, siempre me ha hecho sentirme minúsculo, siempre me ha dolido que no me dejaran, que no nos dejaran acercarnos a Ella… sobre todo en esa postura suya de Reina y compasiva Madre que deja que sus hijos con mimo la besen en sus amorosas manos y creerme, cada día estoy más convencido de que ese alejamiento impuesto se refleja en su rostro aceitunado.
Apenas disfruto de tenerla frente por frente y no me veo capaz de sostenerle la mirada y es que noto que la he esquivado en más de una ocasión, no he deseado saber nada o muy poco de Ella cuando mi vida se ha recostado sobre las almohadas de la dicha; y es que me cuestiono mucho el que yo perdone a mis semejantes tal y como haces Tú antes de retirarte cada tarde a acunar a tu Niño en tus sobrios aposentos.
Anhelo retenerla delante de mí y no me siento con fuerzas, será porque he cargado contra su benignidad todo mi enojo…evitado su gracia cuando un adoquín en el camino me ha hecho darme de bruces contra la dura vida…te tengo enfrente y no soy digno de contemplar tu fulgurante mirada porque tus ráfagas de plata se clavan en mis palabras… Mas en este postrero cruce de miradas los golpes del alma me vomitaron el final, exclamaron que me allegara hasta perderme en su alegría, obrando que las contemplaciones resguardaran los silencios…y los guardaron… En ese soplo de tiempo, un soplo de Dios en lo más hondo del alma que empezó a orear cauces en el frío de mi sangre… Las ataduras empezaron a desatarse y las tinieblas se desangraron entre susurros de silenciosos secretos.
Y nos sobró con un escueto gesto para arreglar cuentas, esas que uno y otro anotamos sobre legajos de tafetanes cárdenos, esos que pasea su hijo frente a su casa cuando el primer martes Santo del año anuncia su ocaso.
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