A escasas cuarenta y cinco anochecidas
de que la espera, revestida de sempiternos desvelos, despabile el sueño perenne entre reminiscencias y melancolías,
y la luna nueva que estrenara una reluciente cuaresma suavice su sombra en las
murallas de una ciudad deshecha y gastada de recontar siglos de tradiciones, concédeme
tu licencia para que te suspire lo que siento cuando veo a la que con
vestimentas hebraicas nos recibirá intramuros de la que es su casa, nuestra
oratorio personal.
Cuando en poco menos de dos meses
mis pies me requieran un respiro entre encuentros con intimistas altares y el
refugio que proporcionan unos cuidados y fecundos cultos, mis emociones apelen
a un benevolente sosiego y mis súplicas ya no precisen de pañuelos en los que consolar
mi yerro, penetra en mis labios a través de estos esbozos que en este momento apunto
y sentirás lo que ansío proclamar sobre esa mujer que veremos llorando por
cualquier rincón de nuestras iglesias, velando, cuidando nuestros sagrarios,
defendiendo nuestra más sacra herencia.
Necesito alcanzar que concibas,
que profeses, que notes que esa que inhala idéntico aire al que tú y yo aspiramos
cada mañana, cada tarde de una cuaresma cuidadosamente impregnada en incienso,
cera y flor, es sobremanera mucho más
que una sencilla imagen tallada en madera. Y es que su nombre es el que remueve
los raíces de cientos, de miles de corazones que acarician en su perfección
sublime la senda para tocar la soñada gloria. Su mirada abre cancelas, ventanales,
picaportes; rejas, cerraduras, almas, corazones;…solamente con escuchar los
puntos suspensivos con que nos agracia su sonoro silencio. Es en su mirada donde
reposa el cielo de los días que nos quedan por vivir y a nosotros nos quedan
aún por paladear.
Vislumbra más allá de una
advocación rodeada de cera, bordados, terciopelos y sedas, o de un andar sobre
los pies al compás sublime de una marcha, o de una muchedumbre que anda del
revés, de espaldas, oprimiendo su fe contra las paredes de unas calles desnudas
pero revestidas de su continua presencia
y empapadas de sus lágrimas cada primavera, callejuelas vacías de creencias,
raíces que asoman descubiertas, sin profundidad en unos sagrados misterios.
Cuando andes en esos días por nuestras
calles, visites los rincones sagrados meditando el porqué de su serena
presencia, busca a esa que va a caminar por aquí…en los estremecimientos de
cada hermano de fila, en las fajas que fajan ofrendas y fatigas, en las clamores
de las oraciones que despojan las creencias de un pueblo; ya que es ahí donde
se encierra la grandiosidad de la que vive entregada en obediencia perpetua a
su Dios, es ahí donde se exterioriza la magnanimidad de la que es ejemplo de
vida consagrada al amor, es ahí donde se acaricia la sencillez de nuestra
madre, la excelsa Madre de Dios.
Ya llega la cuaresma repleta de
su amor.
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