Ya suenan, por las cuatro esquinas de la ciudad, los cánticos que piden misericordia. “Miserere mei” de esta Jerusalén de la mancha que necesita, para creer, palpar la imagen misma de Dios camino del Calvario arrastrando su cruz.
Viernes de vísperas, de mis Dolores, de mis recuerdos infantiles en la Plaza de Santiago.
Paso a paso, la tarde se colgaba de la torre –rosa y plata- con una cierta algazara de tenues nubes que se rizan en el cielo. Y van llegando, cirio blanco y mantilla bajo el hermano sol, las sombras del cortejo de dolores, tramo de la cruz de guía donde a esa hora una cortina de niños dejan en el aire sabor a chocolate.
Viernes de Dolores en el ocaso de la tarde.
Ahora, Madre de los Dolores, en ese lugar de desconcierto para este tiempo de primavera, el espacio cerrado de los prodigios en movimiento, cuando el esfuerzo se transforma en arte y luego vuela contigo al cielo, Virgen y Madre entre varales, paso de danza emergiendo de los nuevos fuegos, rumor de luces que envuelve tu palio, nube celestial en la que allí mismo se detienen los siglos en honor de la gloria y la ceniza del tiempo, fundida en cera y flor y que se hace clamor de un pueblo. Ciudad Real sombra altísima en las campanas de la torre santa de Santiago.
El dolor que tú paseas. El amor de un puñado de cofrades. Dolores de toda una ciudad.
Viernes de Dolores en el ocaso de la tarde cuando sale a la calle la Servita madurez de nuestra Semana Santa.
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