Acostumbras a surgir rondando las
cercas de mis sentimientos siempre que no te espero; y lo haces con tu aire que
impone silencio, sin excesos que distraigan tu verdad, sin ornatos que celen tu
azulada y serena mirada, sin avíos que me alejen del Prado que llevas por
nombre.
Llegados a este pasaje de la vida,
los dos sabemos del retumbo de nuestros trancos, de tal manera que a uno y otro
nos es menester prestarles oídos de relance de vez en cuando para comprobar que
no estamos tan distantes… Y es que en esta ocasión has venido Tú a asomarte por
el vestíbulo de mis desalientos, de mis desesperanzas... y al descubrirte en el
reflejo de un humilde retrato, he caído en la cuenta de que cada día más anhelo
el tenerte cerca de mí…suspirar por sentir el roce de tu mano y abandonarme en
tus dos luceros, que son dos trocitos de cielo, y es que es en ellos el único lugar
donde atino a encontrarme siempre que me extravío y el camino pierdo.
Me emociona encaminarme a tu
encuentro, y que el golpeo de tu pulso fluya por los rincones más hondos del
alma… notarte en tu paso enseñoreada a mi espalda y consentir que la anochecida
brinque en pos del anhelo de contemplar cómo la luna deshilacha cuantas
esperanzas los dos custodiamos en un cofre pincelado de abandono.
Pero sobre todo necesito sentirte
cerca de mí…Madre de mis desvelos.
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