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jueves, 1 de septiembre de 2016

El alma de septiembre



Íntimamente, en el alma de los momentos más sublimes brota sin duda un sentimiento, una emoción, el palpito cautivo en el ámbito propio de cada una de sus sombras, de cada uno de sus gestos únicos escondidos en el mismo instante, en la nostalgia y en la hora que habitamos ese sueño establecido en aquel día, en aquella tarde en que un instante determinado fue vivido con toda la intensidad posible.
Así, el alma invisible de la memoria tiene su espacio para cada cosa, para cada tiempo y para cada forma de existencia del espíritu de su perceptible presencia. Y es por eso que fluye en la estancia con su inmaculada estampa un aire como de recién estrenada primavera, un suave pero claro redoble de tambores del paraíso, una llama de metales que fulge con su hermoso lamento, clarines del alma, incendio de sonidos que reclaman la presencia de Dios entre nosotros.
Y no son de violines los crepúsculos, ni son voces celestes de salterio las que envuelven de música su ahora silenciosa antesala, tan solo un resonar de notas eternas, como un batir de angelicales alas, agua que mana del valle de sus heridas, arrasadas de su Purísima Sangre que desembocan en eterna Piedad. Esa marcha de oros y de platas en blanquísima andadura, surtidor sonoro capaz de brotar a chorros de tu estampa de Piedad repleta. Música en el silencio del momento acompañando la fragancia solemne del Dios más vivo, canon barroco para mecer entre incienso y oraciones de Piedad suplicantes.

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