Es el tiempo de la Virgen del
Carmen, y el inmaculado de su mirada ha cuajado un cielo de ilusiones y
ausencias sobre el siempre ansiado horizonte del aguardo. Para los creyentes,
la intención última de las súplicas comenzará a pasear por la vereda de los
labios al presentir la gracia de la Madre del Hijo de Dios gloriando los rincones
de su barrio.
Y para esta ciudad... Para esta ciudad
es una intimación con los duendes de la tradición, con las raíces de nuestros más
hondos ritos, con la liturgia de nuestras tradiciones más rancias y así atemperar los pellizcos de esa bocanada de nostalgias,
esas que perfilan con encaje y bordados los sentidos al esbozarse la luna clara.
Dispondrá en blanco las alforjas
de las leyendas para que la añoranza rotule
con arrullos aquello que hallarán los nuestros cuando los años se revistan
de recuerdos tiznados de historias contadas al amparo, siempre a su amparo de
Madre de la Divina Gracia.
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