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viernes, 8 de julio de 2016

Los gozos, las dichas y sus sombras...



Cada cual, cada uno, porta remendado en algún recoveco de su añoranza uno por uno los deleites, los gozos, las dichas, las vivencias y recuerdos que de la vida ha ido heredando, ha ido saboreando o puramente ha ido anhelando para hacerlos verdad palpable e innegable en un no muy alejado día.
Aparecen de relance aquellos de los que al hacer memoria, nuestros sentidos se ensombrecen, los ojos desean cerrarse y los soniquetes que esbozamos al susurrarlos están salpicados de alegría y regocijo…
 Los hay tan hirientes que cuando paseamos por la magullada herida de su cuita, hasta nos hace daño el infecto veneno que revestían  sus entrañas.
Y los hay que traen hilvanados en su pulcra esencia el paladeo de una fresca realidad…
Sin duda otros se encaminan a extraviarse en la gloria de las ausencias y con una adecuada brazada de ellos uno consigue arrasar la muralla más invulnerable e inexpugnable… 

Y están los que se quedan a tu lado, y de qué manera, ya que son el paradigma de lo que todos precisamos presentir cuando menos en una ocasión en la vida, otra vez cada semana y una vez cada anochecida.
Van siempre con nosotros, percibimos su incomparable encanto desde el inicio de nuestra vida y son el regazo  más sublime cuando ya no brotan más lágrimas que enjugar y todo parece perdido.
 Y es que cuando te avecinas a Ella, te recreas en su gracia, y sigues el cauce que cada lágrima deja en su cara, descubres que el torrente de las duquelas y las ansiedades se amansan y tomas en consideración que ya nada malo puede acontecer.
La cercanía a Ella abriga el arte de acariciarte las entrañas de dentro a fuera y rozarte la piel desde lo más hondo de tus adentros…Es un pellizquito de gracia, de humanidad, de una transmisión de fe eterna…No importa la juventud, la mocedad, la plenitud, la infancia, la niñez…Lo agotado que regreses al hogar o los apremios que la manecilla del reloj siga acaparando en su jaula frágil y cristalina…La cercanía a la Madre es inmejorable en el devenir del tiempo, es exageradamente perfecta, es la certidumbre categórica de que solo Ella es depositaria de nuestra vida entera.

¿Habrá gloria y certeza más cierta que tener en la tierra a La que Dios creó como Madre perfecta?

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