A partir de nuestra venida al mundo cuajamos nuestra vida con
la fe de que es la esperanza la que cela esa rezagada y delicada mirada que nos
atina entre la muchedumbre; y en el sigilo de su estancia, de la noche callada, de su
andar valiente, salvaguarda el postrero hálito que nos anima a proseguir; y sin
siquiera susurrar nos obsequia las definitivas afirmaciones que hacen que de
golpe se agoten los llantos que, primaveras de hace tiempo ya, desaparecieron
de nuestros semblantes.
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