Y en aquel momento, en lo más íntimo del sentimiento, celado y pulcro, recién salido del encuentro con los sentires de nuestras devociones únicas, llegamos a la conclusión de que preferimos, muchas veces, los momentos hondos, penetrantes, como vivencia más sosegada, placentera y pausada de todas nuestras cosas. Momentos son... esa mañana fresquita y refulgente, radiante, azul aun de invierno, que adivina como a lo lejos se aproxima la cruz con manguilla que precede a una imagen de María en rosario de dormidos albores. Son los días del preludio de la primavera. Momentos son, el memorial de intimidades susurradas en el encuentro del Domingo de Pasión, Ramos adelantados en las manos de una Madre de Misericordia plena y en los pies benditos de su Hijo Nazareno. Tarde de jardines verbales, de presentido y esperado Pregón, del nervio y la caricia, del pellizco y el aldabonazo. Momentos de, túnica colgada ya fuera del altillo, olor a esparto por las habitaciones, o el del encuentro con el amigo que trae su capirote nuevo ya forrado con el antifaz. Momentos… que se adelantan en el tiempo en la medida que uno sienta necesidad de vivir, palpar el futuro como algo actual, cuando aquel "todavía no" toma presencia de categoría vital que casi sustituye al "ya sí", con la diferencia de que no se te escapa.Todas estas disquisiciones se me ocurren en el propio momento. Pero que verdad es que nada hay como el momento real y verdadero. Nada como el momento mismo del encuentro, de la vivencia. Un instante que vale bien su brevedad: la saeta sorda de cualquier mirada perdida entre varales; el balanceo de un simpecado; la rotunda palabra de un friso de lirios; la voz seca y recia del capataz; la alargada sombra de una Cruz de Guía; la mirada de un nazareno; el ímpetu formidable de una levantá; del cansancio del penitente que llora la brevedad de su encuentro con Dios. Un intemporal viaje a la Gloria de los ojos de la Madre, en cualquier esquina, en cualquier momento, con el sonido de fondo de una marcha que suena celeste; de la sombra de Jesús Nazareno abrazando mi propia sombra, en el encuentro tan anhelado en un trecho embaldosado de su camino de la Cruz, por la Vía Dolorosa hacia el Gólgota ciudadrealeño.
Porque hay un encuentro con Dios todo el año y como no, en Semana Santa. Un encuentro único, exclusivo, personal como el Amor de Dios a cada uno. Y este encuentro sí que no tiene víspera, ni momento, ni final, puede vivirse permanentemente, desde que descubrimos cada cual que el Señor nos llama, nos está esperando, y aguarda nuestra respuesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario