Contados son los acontecimientos que se revisten de una amable sencillez, y pocos, muy pocos como el modesto ámbito que se matiza al entrar al Sacro Convento Carmelita. Hoy la luz plomiza tenía una cita con la historia para vestirse de parda estameña. El delicado parpadeo de las miradas enclaustradas tras la celosía de la dulce clausura empiezan a arrullar los cantos que navegan en el aire añejo que envuelve al vetusto templo.
Y esa atmósfera cálida, que aferra fervores en los rincones del monasterio, se va dulcificando con las huellas de los siglos que viven dentro de los muros del balsámico retiro, clausura con olor a otros tiempos. Bien se sabe que el Carmen, sus convecinos, sus hogares, perduran al resguardo de la raigambre de un rancio convento y los vestigios esculpidos en las piedras de sus recovecos Teresianos, acentuados estos por las reminiscencias rociadas de tradiciones de incomparables y ya gastados tiempos.
Y… es que, si simple es el espacio que se esboza dentro de este sin par universo de ascetismo y oración callada, exageradamente más claro debería ser sentir esas señales que a menudo nos revela - eternamente a su modo -, esa Madre a la que malamente requerimos y muy raramente oramos, pero que siempre está ahí.
La Madre, Doctora que alivia nuestras aflicciones en el Carmen, -la que resguarda los ensueños, nuestros sueños-, arrulla todos los días del año sus Penas, abrigando una imagen de gubias celestiales y relentes que azotan su destino,… y Ella es la única que puede intensificar el sendero de su Palabra.
Como se puede apreciar existe todo un universo de simples e indescifrables contrastes, sin más… Diferencias al fin y al cabo. Y cuando las horas vuelen, los días corran y los meses se sucedan vestidos de desidias, volveremos la mirada sobre nuestros hombros y añoraremos ese ocaso melancólico de Octubre en el claustro del Carmen, en el que una Mujer menuda –sentada frente a una mesa gastada de amor, con sabor a pureza y oración-, suspiró por transmitirnos que su magnificencia se encierra en el cielo callado de sus manos ligadas al roce de una pluma y a la caricia suave de un papel por escribir; en la súplica tierna de una multitud que muchas veces camina dándole la espalda, y en una plaza con autentico pasado que hunde sus recuerdos hasta las mismas entrañas de una ciudad que de nada se apiada, y es que al llegar aquella tarde con las puertas del templo abiertas de par en par proclamando la luz y la grandeza del Carmelo, esa Mujer menuda dejo escapar más de una inmaculada lágrima al saberse transmisora de un legado de amor y oración como meta de nuestros sueños, como entrada al soñado reino de los cielos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario