De un tiempo a este parte, ando inquieto por mis sentires. Son incontables las preguntas sobre el sentido de mis más entrañables devociones, y pocas las respuestas, tan pocas que no ceso de meditar, tan baladíes que no me dejan sosegar mis latidos. A estas horas, hoy por hoy, he esbozado en mis adentros y de mil maneras distintas esa imagen que serene mi ferviente sentir, y al presente lo único que me alivia es vagar por la ciudad al desplomarse el sol y anhelar como nuevo amanecer y faro el brillo de sus inundados fanales de lágrimas, al aliento de una pausada y aromada de su belleza, ráfaga de aire.
De esta guisa a Ella confío mis huellas y mis sendas mustias al amparo de un ocaso de pátinas amarillentas, con el convencimiento de que se ha tornado en el puntal de salvación al que amarro la soga de mis piedades desde hace algunos años ya, tantos como gotas de manantial resbalan por su afligida cara, teniendo siempre presente que me puede guiar donde Ella desee, estipule o disponga, y, últimamente siempre me detiene, aunque solo sea un instante, ante su casa, su estancia repleta de ángeles. Una vez allí, voy al encuentro de la quietud de su augusta presencia, ante la cual solo se susurrar una humilde y callada plegaria, rozo sus dedos para percibir el calor de su sagrada piel, aferro con ansia el rumor de sus decires para continuar percibiendo su tristeza de lejos… Y al marcharme de aquel retazo de cielo, me echo al hombro el hatillo de mis más hondas devociones repleto de calma y tranquilidad, y hasta las importunas tribulaciones se alivian ante su imagen, rodeada siempre de un halo visible de querubines que guardan con amoroso celo nuestra fuente inagotable de Salud.
Sin duda no hay como estos momentos íntimos, solos Ella y yo, tú y Ella, para poder sentir su fuerza, su grandeza en toda su plenitud, y me sirve para darme cuenta de que está omnipresente en mi boca, y en mi boca es donde Ella continúa haciéndose presente. Es un modo personal, íntimo de buscarla, de requerir su auxilio, de tender mi mano para que pueda asirme a la ternura maternal de su brazo. ¿O es que alguno de nosotros no hemos rezado ante la belleza sagrada de una imagen, o no hemos puesto en manos de un perfil de la Madre de Dios cincelada en una medalla todas nuestros pesares y amargas duquelas? ¿Cuántos de los que aquí estamos no rogamos a cualquier conocido, amigo, vecino, que si transita, aunque solo sea próximo a donde este Ella pida por nosotros?… y es que muchas veces los ánimos nos abandonan para seguir teniendo algo de fe, de convicción, de esperanza. ¿Cuántos de nosotros no precisamos vislumbrar para creer, exigimos palpar para conmovernos, necesitamos percibir para entender?
Creo firmemente y sé que el auténtico Dios está en el centro de lo más íntimo de nuestras iglesias, resplandeciendo en el Sagrario y no en un grabado sobrepuesto en la cerámica que aguanta humedad en invierno y se ensancha al retornar el verano. Muchos desearán y me insinuarán que vaya a descubrir a Dios donde justamente ellos lo desconocen. Numerosos serán los que callen cuando les escriba que no preciso tenerlo delante para que se haga presencia viva en mí,… y es que profeso la fe en ese Dios que constantemente y cada vez que he ido a buscarlo me ha despejado y abierto de par en par los postigos de sus oídos sin ostentar una sola traba, sin clausurar ninguna puerta, sin fijarme ningún horario. Tal y como en tiempos difíciles me confiaba al crucifijo sin rostro que dormía sobre un cabecero de alcoba, oratorio íntimo, hogareño, de ya lejanos y añorados tiempos; como cuando no se encuentra el norte y bajo su mirada de Salud cautiva hacia la luz de la salvación te guía; o como cada noche hago cuando beso su estampa, Señora de la Salud, suplicando salud para los míos… Orar celadamente, ¿tú no lo has practicado tan solo una vez? Te sugiero que cada día musites oraciones con Ella, en la intimidad de la soledad.
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