Está tibia la tarde en torno al Carmen; languidece la LUZ ya con sus escapularios de parpados cansados. Se entreabren las puertas del templo y se derrama por la ciudad un surco de luces cimbreante como la desmadejada mar llegando al rompeolas de su barca de plata.
Empieza a navegar Maria. El vaivén de su andar puro, de esa Madre protectora, es una llamada a la valentía frente a tantas seguridades buscadas, para todo, en todo. Ahí esta Ella, protegida tan solo por el bendito escapulario que desciende de Ella y que plena de Amor sigue con su mirada...Lleva los ojos abiertos al aire de su ciudad, refugio supremo y bendito para el cristiano...Y bajan ángeles del cielo poblando por completo el palco excelso de su paso, y desde allí contempla como un pueblo a sus plantas postrado, le reza y suplica favores que sobrepasan todas las devociones...Y los ángeles, balanceando con dulzura el paso de la Madre, observan al mismo tiempo al Niño que en sus brazos mece Maria... Y los ángeles del cielo no saben a que hijo querría mecer más, esa Madre buena, esa Madre del Carmen a la que todos llamamos Maria...
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