Ultima razón y última belleza dilatada del Viernes Santo. El Santísimo Cristo del Amor nos ablanda y cierra los ojos con la cal avivada por las llamas inquietas de los faroles. Nada es estrépito ni fracaso, sino muerte razonadamente iluminada en la noche más esperada del año. Mientras transcurren las ultimas emociones muy cerca del mismo lugar donde comenzaron -de los Remedios a la Merced-, solo con cadencias de cristales tamizados de oro y conjuntados latidos de muerte de los claveles sentimos la plenitud de tener atrapado el espíritu y el nombre autentico de la ciudad, en estas horas emocionadas de las que gotean implacablemente los minutos y quedan las calles -Vía-crucis, Caballeros, Pasaje de la Merced, Toledo...- abiertas por heridas para todo un año. Son las horas más dramáticas e intensas de esta muerte de plomo, vertical y abarrocada en la fúnebre majestad de un Viernes Santo.
Se recoge la cofradía del Amor en su Descendimiento encajada entre el negro terciopelo y la luna. Suenan entonces las ultimas llamadas al paso, los postreros esfuerzos costaleros, los finales esguinces de los músculos del Señor en la angosta puerta que limita los planos de la escena entre el gentío y el silencio ennegrecido. Cuando entra el Cristo del Amor, cosida lentamente la noche postrera, ya nada sera igual en este drama conmovido de nuestra Semana Santa. Se habrá clausurado otro Viernes Santo más en el cupo de nuestra leve y propia historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario