Tal día como hoy, hace 73 años, la ciudad despertaba con el olor a quemado de sus templos. La noche del alzamiento, lo que, en su origen era un problema político y social, acabó en una tragedia religiosa.
El barrio de la Feria – conocido como el “Moscú Sevillano” – vio arder sus templos de una punta a otra. San Gil, San Marcos, Santa Marina, Omium Sactorum, San Román, San Roque etc. vivieron es escarnio de los incendiarios que lograron acabar con las imágenes sin que pudiera derrotarse la fe. Años antes ya había ardido San Julián o la capillita de San José y la Iglesia del Buen Suceso.
Algunas hermandades, como la Macarena o la Amargura, habían guardado a sus imágenes en lugares seguros. Otras, acabaron perdiéndolo todo. El Señor de las Penas de San Roque y la Virgen de Gracia y Esperanza, la Virgen de la Hiniesta y el Cristo de la Buena Muerte, el Señor de la Salud y la Virgen de las Angustias de los Gitanos, el Cristo de la Salud y la Virgen del Refugio de San Bernardo, las Vírgenes del Carmen de San Gil, Rosario e Hiniesta en San Julián, Maravillas en San Juan de la Palma…
Probablemente, las cofradías no habían pasado nunca en su historia por unos momentos tan duros y agrios como estos. A diferencia de la invasión francesa, los que cometieron aquellas tropelías eran vecinos del propio barro, incluso, muchos de ellos bautizados en las pilas bautismales de aquellos templos calcinados.
En aquellos días, las hermandades demostraron varias cosas. Entre ellas, que aún existiendo el perdón, siempre queda el recuerdo para estas imágenes a las que rezó la ciudad un día. Y, probablemente, la mejor lección es que la devoción y la fe no entiende de fuegos; motivo por el cual las imágenes desaparecidas renacieron en las manos de otros autores contemporáneos.
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