Así, el alma invisible de la memoria tiene su espacio para cada cosa, para cada tiempo y para cada forma de existencia del espíritu de su perceptible presencia. Y es por eso que fluye en la estancia con su inmaculada estampa un aire como de recién estrenada primavera, un suave pero claro redoble de tambores del paraíso, una llama de metales que fulge con su hermoso lamento, clarines del alma, incendio de sonidos que reclaman la presencia de María entre nosotros.
Y no son de violines los crepúsculos, ni son voces celestes de salterio las que envuelven de música su ahora silenciosa antesala, tan solo un resonar de notas eternas, como un batir de angelicales alas, agua que mana del valle de sus mejillas, arrasadas de lágrimas que desembocan en amargura. Esa marcha de oros y de platas en blanquísima andadura, surtidor sonoro capaz de brotar a chorros de tu fuente de salud repleta. Música en el silencio del momento acompañando la fragancia solemne de la Virgen más bella, canon barroco para mecer entre varales.
1 comentario:
Llevo 3 días pensando una respuesta para esta entrada...Y sigo sin ella. Si el alma puede expresarse, seguramente lo haga así. Lo que he sentido al leerla y reelerla es muy grande y no se puede expresar con palabras. Me has acercado a ese paraíso tanto que hasta he escuchado el redoble de un tambor..del tambor.
Gracias por ponerle tanto sentimiento, por dibujar con luz de esa manera tan especial y llena de emoción.
Eres muy GRANDE
Publicar un comentario