Una calle y dos aceras. La noche derrama su palio bajo una negrura incierta. Una silueta firme, rebosante de evocaciones y vivencias recién consumadas va caminando sola. Solitaria y penitente, transitando por el margen de una calle plena, hace nada, por la Pena de su Dios. Segura, arrogante, paso serio y cosa seria, pero para nada descompuesta, que para descomponer sus hechuras hacen falta ignominiosas burlas, y de eso, sabe ya demasiado, que por los años que cumple, ya ni le queda madre ni siquiera abuela. Qué más da lo que piensen algunos. Qué más da, si la moda de hoy, se aleja de estos gestos, de esta manera de sentir y vivir la fe. Siempre quedará alguien qué la viva así, que la arrope, que la acune y que la quiera.
Que los tiempos pasan, que pasen. Que la moda viene y va, y, cuando vuelve, llega con más fuerza. Pero el nazareno sigue caminando, y ni el mismo aire lo retiene. Con paso firme, con fe y sin tristeza. No pretende, ni quiere caer, solo levantarse y proclamar que la Pena de Dios es una realidad y que en pocos días una Pascua vivificadora dará sentido a esa penitencia que entre dos aceras hace unas horas y alumbrando su camino él ha revivido.
Si lo señalan, que lo señalen, qué más le da, otra pena más para su Pena, que ese día llegará, para rendirse a sus plantas, quererlo y servirlo como Rey de la humanidad. El bien lo sabe y ese bien hasta lo consuela. Y por todo eso, se viste purpúreo el cuerpo, de azabache la testa y se ciñe de esparto con correas nuevas. Tiempo al tiempo, y sigue caminando con figura de silencio. Calle arriba, paso a paso sin molestias ni ningún esfuerzo. No hay traspié que lo detenga, se recorta su figura con cortinas de incienso y canela. Se siente majestuoso, sin trémulos pensamientos que llegan.
Y sigue caminando, que nada ni nadie lo detenga. Paso firme, figura inhiesta. Tiene que cumplir su penitencia, y en eso es lo que piensa. No va descalzo, no. Ni recorrerá otros caminos que no lo entiendan. Porque la disciplina es él mismo, es linaje y es bandera.
Y siguió caminando, meditando una y otra vez sus pensamientos, llegó. Llegó al final de su estación, de su cita con Dios y con su Pena y rezó, rezo todo lo que quiso pretendiendo aliviar el peso de una cruz que al Calvario lo lleva.
Y se llenó de escalofríos, para fundirse en la madrugada y en la plazuela del suspiro. Luego se escuchó otra voz que salió de entre el olvido. Sonaron cantos quedos cortando el silencio como aleteos silenciosos de angelitos, la noche se columpió en el aire con aroma de lirios, vainilla, canela y el de las flores de una clausura perfumada de jacinto.
Ha llegado de nuevo al Carmen tu Pena, Silencio Dios mío en la soleá de las noches de Martes con luna llena.
Y siguió el nazareno meditando sus penas, avanzando en sus pazos, la voz no llegó al silencio. Continuó con majestuosidad su camino, nazareno del Señor de las Penas.
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