Una ciudad entre el espíritu y la materia. “Imágenes e
imagen de lo humano y lo divino”. ¿Obra de fe, de amor, de poesía? El cofrade,
y la ciudad con él, saben que siempre hay una procesión que va por dentro, una
Semana Santa secreta que solo durante siete días se proyecta, se materializa en
los sentidos. Se hace “gracia”, “belleza”, “tradición”. Rasgos sensoriales de
la religiosidad y rasgos, a su vez, del cofrade. Vínculos de un radical
humanismo que, en su vivir de cada día, quisiera hacer de esta tierra manchega,
llana, sombra del Paraíso, cielo en la tierra. Razones del sentimiento que
ponen en marcha realidades distintas.
La Semana Santa es algo visceral para cada ciudadrealeño. Aquí,
en nuestra ciudad, ante una imagen de Cristo o de la Virgen, ante las Penas, el
Nazareno, la Piedad, el Amor, la Caridad, la Salud, la Dolorosa, hay creyentes
o incrédulos. Se entiende o no se entiende. Se quiere o no se quiere. Hombres y
mujeres que sienten de pronto un algo inexplicable que le ponen de cara al
infinito, o gentes que sin saber siquiera lo que hay detrás de tanta hermosura,
sin creer incluso, pueden también de pronto, por un instante, volverse
contemplativos del sentimiento estético y acabar diciéndose a sí mismos que al
menos es verdad que el espíritu, en Ciudad Real, se llena de gozo ante la
belleza de un paso de palio.
Y además, ese otro gozo –que es una especie de milagro
anual- que se produce en la ciudad cuando llega la primavera. Me refiero a la sensación
de fiesta que hay siempre en las vísperas y en los ritos que envuelven a la
Semana Santa. Una celebración que compromete el modo de actuar de todo un
pueblo.
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