Y...el tiempo parecerá detenerse, amanerarse, demorarse en ese anunciado desenlace ya cercano, posarse en la gracia de un palio que se aleja, aquietarse en la elegancia de una cofradía...que sabe y que huele a eso...a cofradía... y, antes que nos demos cuenta nos hallaremos ante la mas hermosa de las Soledades, otra de las Reinas de la ciudad, para guardar en ese valioso cofre que el cofrade recela en lo mas hondo de su alma las ultimas vivencias de una semana arrebatadora.
Cuando entre la virgen de la Soledad solo quedaremos nosotros, habrá que esperar otro año para vivir el milagro de la presencia viva de Dios y su Bendita Madre en las calles y plazas de nuestra ciudad. Nos quedara el recuerdo, porque -al igual que la energía- la Semana Santa no se pierde, solo se transforma, y nos queda con la apariencia de la nostalgia de lo vivido, con la hechura del repeluco al recordar aquel instante soñado y ya por siempre recordado, con la imagen de las evocaciones en la cabeza y el pellizco de la emoción en nuestro corazón...
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