Viene sobre los pies, despacio. Se adivina el trabajo duro, generoso, anónimo de los costaleros. Hay emoción en las gentes... Es uno de esos pocos día especiales en los que disfrutan los que son de verdad cofrades y cada instante se paladea con el regusto amargo de la despedida, con la inquietud casi obsesiva de retener en el corazón la ultima visión del Señor.
La espera se torna en inminencia presentida en los recios sonidos de la banda. ¡Ya llega el cristo! Los ciriales están ya en la esquina. Allá, a lo lejos, una impresionante ascua de fuego ilumina al Señor ya muerto de la Caridad. Pero a Él aun no lo ve. Las luces, los focos impiden distinguir con sus reflejos la sangrante madera santa del Señor que le da la vida... La chicotá ha sido larga, armoniosa... ya esta el paso frente a él. Eleva su mirada al Señor. Reza... Y se siente llevado por el rumor intenso, silencioso de tantas suplicas que se elevan en aquel instante... Nunca lo ha dicho, ni lo dirá, pero en sus ojos hay una luz nueva, luz de relámpago...que da escalofríos...queja y esperanza, aceptación de la voluntad de Dios... Es una mirada profunda de Amor...como la de Él a las gentes buenas de esta ciudad...
Pasó el Cristo. Pero él se quedó todavía allí un instante. Se disipaba la multitud. Otros ecos -ya más lejanos- de oraciones se sentían tras el paso. Lentamente comenzó la vuelta a casa. Miró por ultima vez a la madre de aquel niño que tanta ternura le había despertado. Estaba llorando a escondidas mientras sujetaba a su hijo que se quería marchar, buscando una vez más al Señor... Quedó también allí esta pareja con sus silencios emocionados... Y sonreí, una vez mas. Como siempre, esperando a que el milagro de la faz de Dios encariñase como cada vez que ilumina con su presencia la calle, a uno de sus hijos, a uno de sus amados niños del corazón...
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