Descuidaste la portezuela de tu
recatada capilla dejándola entornada, y creo que la olvidaste de tal manera a
sabiendas… sólo alcanzaba a vislumbrarte en la negrura de sus adentros, más el rumor
de tu silencio obró que ese resquicio de par en par se descosiera, empujándome a
guarecerme a tus pies, al amparo de tus favores. Sobrecogido y poco menos que de
puntillas cedí a Tu invitación,
sentándome, eso sí, en uno de los últimos bancos. Ya tendríamos tiempo de ir
cogiendo más confianza.
No entreveía cabalmente lo que
iba a susurrarte. En absoluto intuía lo que Tú me responderías, así que dejé
que el silencio se adueñara de nuestro encuentro; de esta forma comencé a
observarlo todo: observé tus bancos, tu altar, tu colosal paso; contemplé tus
llagas, tus pies, tu cara... hasta que mis sentidos acamparon en tu poderosa
gracia, erigiéndote, a partir de aquel sempiterno instante, en el fanal que
maneja y encauza la huella de mis trancos cuando en las lindes de mi existencia
se vislumbran tempestades.
De esta suerte fue como nuestro sueño
principió, velada y templadamente. Una semblanza en donde las emociones, las
ternuras y los amores se rebuscan y la retórica de los gongorismos huelgan.
Para sentir al alma pellizcar en lo más íntimo del corazón, uno necesita, ha de
amparar al sigilo, a ese secreto de cada uno que es el silencio… eso percibí
estando cerca de Ti esa primera vez.
Y
es que… para arremangarse las entrañas, sin más, con tenerte enfrente basta.
Y es que serás Tú quien cada
tarde de Viernes surques un mar de barruntos, de plegarias que te clamarán
cuando cruces los portones de tu Ermita, oratorio sin igual, para convertirte,
como cada Viernes Santo, en Amor por los Remedios, en pasión de tus hermanos. Irán
a tu encuentro tus chiquillos, alborozarán tus mayores, tu cuadrilla bregará
bajo tus sublimes plantas como en la vida, se arrimarán los veedores, los hermanos
bruñirán su regocijo acicalado de saber al dedillo qué, por unos momentos,
están custodiando lo más excelso, lo más grande que Dios les ha entregado,...
todos por Ti, para Ti. Y yo... De esta suerte, yo iré a tu encuentro en cada rincón, en cada vuelta, en cada esquina que
esencies con tu sola presencia, me pegaré a Ti y te contemplaré de mil maneras,
y de mil modos originales a través de mi
lente en una simple pantalla te plasmaré, atesorando el sigilo, revestido de
silencio para que nuestras almas furtivamente susurren sus verdades.
Pronto, cuando pares el tiempo alargando
tu andar por plazas, callejuelas y pasajes, te abrazaré con la Ciudad Real más
cofrade, con esa que razona, que concibe y siente que los trajines que se paren en la hondura de la humildad, del
apego y la ternura son las cosas que en verdad vale la pena sentir.
Salgan a su encuentro por los Remedios,
por la Merced o llegando al Prado, o contémplenlo cuando regresa a su barrio. Más…
sin otra cosa, una pretensión os intimo… si os arrimáis a su seráfica estancia actuar
de la guisa más humilde, más afable, más tierna, con el mutismo que se vuelve
silencio y abandonaros al arrebato, al pasmo de sus ojos que de un instante a
otro parecen entreabiertos. Si tú, no sientes pellizcos en tus adentros y un
nudo que se desboca para convertirse en ahogado
sollozo, es que no eres cofrade en esta ciudad de los desprecios.