La Semana Santa es algo visceral para cada ciudadrealeño. Aquí,
en nuestra ciudad, ante una imagen de Cristo o de la Virgen, ante las Penas, el
Nazareno, la Piedad, el Amor, la Caridad, la Salud, la Dolorosa, hay creyentes
o incrédulos. Se entiende o no se entiende. Se quiere o no se quiere. Hombres y
mujeres que sienten de pronto un algo inexplicable que le ponen de cara al
infinito, o gentes que sin saber siquiera lo que hay detrás de tanta hermosura,
sin creer incluso, pueden también de pronto, por un instante, volverse
contemplativos del sentimiento estético y acabar diciéndose a sí mismos que al
menos es verdad que el espíritu, en Ciudad Real, se llena de gozo ante la
belleza de un paso de palio.
Y además, ese otro gozo –que es una especie de milagro
anual- que se produce en la ciudad cuando llega la primavera. Me refiero a la sensación
de fiesta que hay siempre en las vísperas y en los ritos que envuelven a la
Semana Santa. Una celebración que compromete el modo de actuar de todo un
pueblo.
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