Un día que se viste pronto de negro luto, los corazones se estremecen y la oscuridad se vuelve fría e inmunda: un hermano se nos fue, un amigo de esos que habitan en nuestras cálidas almas se marchó.
Otro hombre bueno más que hizo con su alma un petate y se dirigió a engrosar las largas e interminables filas de la procesión del Santísimo: en su cuello una medalla de hermano en Cristo, en su mano los últimos besos y encogidos roces de despedida, y en su pecho todo el amor que le quedo por repartir, porque en ese corazón se han ido muchos de los anhelos y cariños que tenía guardados, en un corazón tan grande se guardan muchas ilusiones y sentimientos.
Él, que tantas veces rindió culto a Nuestro Señor Jesucristo y a su Santa Madre, hace un año, se marchó para incensar su alma al Cielo y desde allí, en un balconcito, poder iluminar nuestros caminos y anunciar nuestra llegada.
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