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sábado, 22 de febrero de 2014

Cofrades eternos

Misereres de leves lamentos se dejan sentir al levantarse hoy el día, es… la nostalgia, esa amiga incomoda, inquieta, que nos hace soñar con imposibles retornos, con soñados reencuentros, con quiméricas conversaciones al abrigo de una amistad que va mucho más allá del saludo frío y distante, del hola y el adiós sin más, amistad que traspasa la piel y se queda a vivir en tu cuerpo para no abandonarte ya nunca…jamás.
Algo agoniza en cada instante que pasa…Y no es la falsa melancolía del sentimiento. La nostalgia silente del amigo es toda una metáfora de esa muerte que va limando los flecos de añoranzas que ahora hacen levemente sonreír... los sueños, ay los sueños! que son solo quimeras y que no llenan ni reconfortan el alma. Ese sueño eterno que no llama, que entra sin pedir permiso y todo lo vuelve negro, intangible, maldito.
Un día que se viste pronto de negro luto, los corazones se estremecen y la oscuridad se vuelve fría e inmunda: un hermano se nos fue, un amigo de esos que habitan en nuestras cálidas almas se marchó.
Otro hombre bueno más que hizo con su alma un petate y se dirigió a engrosar las largas e interminables filas de la procesión del Santísimo: en su cuello una medalla de hermano en Cristo, en su mano los últimos besos y encogidos roces de despedida, y en su pecho todo el amor que le quedo por repartir, porque en ese corazón se han ido muchos de los anhelos y cariños que tenía guardados, en un corazón tan grande se guardan muchas ilusiones y sentimientos.
Él, que tantas veces rindió culto a Nuestro Señor Jesucristo y a su Santa Madre, hace un año, se marchó para incensar su alma al Cielo y desde allí, en un balconcito, poder iluminar nuestros caminos y anunciar nuestra llegada.


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