Luego, recién estrenada la anochecida, la penitencia doliente, las Penas doliendo todavía, misterios dolorosos de la vida y de la muerte, una Primavera que devuelve de nuevo la esperanza del gozo, incienso, cera y flor de la Pasión según las hermandades y cofradías de nuestra ciudad, cofrade anónimo revestido con túnica de nazareno, negro y purpura de Martes Santo, y cirio grana, tan grande como sus Penas, aprende la autenticidad de una estación de penitencia siguiendo, emocionado y silencioso, ese doble tañido minúsculo y dorado que hace sonar acompasadamente el muñidor que anuncia, al caer la noche, que ya se acerca la Cofradía de Nuestro Padre Jesús de las Penas. Y un infinito perfume de piedad recorre los corazones sin edad de los más céntricos, añejos y rancios rincones y barrios de la ciudad.
Ahora, con las emociones sosegadas, pero a flor de piel y mas vivas que nunca, sentado frente a una ventana por donde pasan mis recuerdos y la memoria de mi emoción, se introduce en mi corazón ese gusanillo de las discordias hondas, la inquietud de las contradicciones y los contrastes, cara y cruz del pasado y del presente, realidad y deseo del esplendor de mi ciudad, infancia y juventud, el ayer entrañable y el hoy extrañado y maduro de las experiencias ya vividas o que se están viviendo.
Porque escribo esta letras en la ciudad mas hermosamente fea del mundo, Ciudad Real, donde una puerta, que abre y cierra el camino de Toledo simboliza la defensa y la lucha a ultranza en una batalla contra todo y contra todos por mantener las raíces de una Villa y Real, y un Prado que debería seguir siendo resguardo de la presencia bendita de nuestra más bella flor, entre flores escogidas hace ya más de 900 años para darle nombre a quien es nuestra Madre, Reina, Patrona y Protectora Inmaculada.
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