Amaneció mal tiempo por allá arriba, cielo que ignora la salida puntual de la cofradía, la hermosura nazarena del Domingo de Pasión, cirios morados recién estrenados para que el cofrade estrene sus recuerdos de nazarenos de la ciudad, paloma penitente que llenara de espíritu su vida repleta para siempre de domingos.
Amaneció con agua y todo el día estuvo ya cubierto de aguaceros, un castigo de colgaduras purpureas, charcos en cada esquina y paciencia en su iglesia donde el altar de insignias sigue intacto. Sollozos celestiales van dejando los adióses amargos de la tarde, el domingo completo fue una sombra, un alma en pena que vuelve a casa con un clavel rojo entre las manos, clavel que nunca guardara entre sus hojas el olor de la cera y el perfume dulzón del incienso, hoy apagado.
Que así desvanecido por la melancolía los ojos bajos, entre impotente y resignado, aquel cofrade, aquel costalero, aquel capataz, en definitiva aquel devoto de tu Pasión, vuelve sobre sus pasos por el camino de un sueño, pensando, quizás, que todavía -fraterno consuelo- quedan siete días de gloriosa Semana Santa.
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