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viernes, 9 de agosto de 2013

La semana de la espera... y III

...Desde ese día llevo hilvanado su nombre a mis costuras, sabiendo que es su mano esa cuerda que impide que mi cabeza se incline; sabiendo que es su voz la que me susurra arrullos cuando el dolor me encarcela; sabiendo que son sus alas las que juguetean con mis repelucos cuando todo en mi entorno permanece inerte.

Me quedó tanto por aprender de sus gastadas comisuras, de sus alpargatas de paño oscuras, de su hábito carmelita, de las porfías con mi padre, de las peloteras con mi hermana; de sus calladas, de su ternura, de su devoción por no guardarse nada.

Y hoy, daría lo que no tengo por volver a beber de su fe, esa que no pierde el tiempo en discutir sobre bandas, contratos o martillos; esa que desconoce los caprichos de las nubes y no fusila al mensajero; esa que se pone a bien con Dios, rezándole un rosario de rodillas y comulgando su forma con las manos inquietas por no tocarlo.

Esa es la fe verdadera, la que en la tarde única de agosto saldrá a la calle para que la Reina del Prado no camine sola, la que sacudirá con sus abanicos el pecho de sus desasosiegos, las que piden por nosotros olvidándose de pedir tan solo por ellas.

Esa es la fe verdadera, la que se gloria de creer en un nombre que huele a hierba,la que besa tu manto como escapulario de tirabuzones, la que vence al hastío y al sudor con un simple vaso de agua, la que deja en manos del destino lo que el destino tiene marcado sobre nosotros.

Esa es fe verdadera,…y a esa fe quisiera aferrarme cada vez que pronuncio el nombre de Ella, Prado, y el de mi madre, Magdalena.

1 comentario:

Paco Turrillo dijo...

Tres días leyendo poesía y descubriendo que a pesar de las penas y los recuerdos, la vida está llena de bellenza. Enhorabuena, Magdaleno, me has emocionado.