Ella ha sido, es y sera un todo donde nada me falta; es el deje al compás de mis palabras; es ese brazo que jamás me abandonaba.
Pero, cuando empecé a robarle los nacientes besos a la amanecida, las iniciales caricias a las ilusiones, las primeras huellas a la noche, Ella tuvo que pedirle que me soltara de la mano.
Supongo (aun me lo sigo preguntando) si fue la ley de una vida a mi edad poco o nada entendida.
Me contaron que su corazón latía a un compás demasiado lento... lento como sones de Margot, arrastrándose de cansancio, moldeando latidos con pinceles salpicados en tierra “colora” con sabor a olivo y parra, hasta que una fría mañana de diciembre guardó silencio para siempre...
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