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martes, 30 de noviembre de 2010

De vuelta a Los Angeles

He vuelto a tu casa Salud, más como hijo que como hermano de tu querida hermandad, tan solo una semana después de tu ansiada llegada. Solo asomarme a tu sencillo altar me devuelven la ilusionada juventud que siento no haber perdido nunca, a buen seguro por tu discreta ayuda en la Salud, en el trabajo, en el espíritu y en la familia. Me siento como en mi casa. ¿Que elixir extraordinario destilan tus ojos desolados que libado por tus cofrades y hermanos hace de este coqueto refugio de tu feligresía una estancia familiar donde me recibes con los brazos abiertos? Con tu silencio elocuente me contestas: Tú eres Salud, caridad y amor, y la caridad y el amor bien entendidos es dar sin esperar; amar sin esperar ser correspondido, intentar hacer felices a los demás sin esperar el mil por el uno de la felicidad.  Ese elixir maravilloso eres Tú misma, la Salud en esencia que todo lo hace amor en compartir. Lo he comprendido en el mudo y elocuente discurso de tu Hijo y de sus manos atadas, y por eso Señora de nuevo estoy aquí, a tus pies, después de verte bendecida ante tu gente y en el altar que nunca debiste abandonar.

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