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lunes, 15 de diciembre de 2008

Crucifijos y otras cosas...



Nadie habla ya de la sentencia del Magistrado de Valladolid mandando retirar los crucifijos de un Centro público de enseñanza. Pero no conviene dejar pasar este asunto sin reflexionar y sin discutirlo. La cosa tiene importancia. Vale la pena analizar su significación y su alcance.

Por lo pronto, uno se pregunta si puede ser verdad eso de que el crucifijo colgado en la pared “molesta” a algunos niños. No parece que la iniciativa venga de los alumnos. Lo han visto siempre y no creo que les moleste ni mucho ni poco. Si alguno de ellos demuestra alguna animosidad contra los crucifijos, seguramente será consecuencia de los comentarios de algún adulto.

La denuncia parece dirigida más a eliminar la presencia de los crucifijos en las aulas que a evitar molestias a los alumnos. Los padres de esos niños no cristianos no tienen derecho a atentar contra el deseo de los padres cristianos. Si los padres de los alumnos son en mayoría cristianos y quieren que en el Colegio de sus hijos haya crucifijos como un elemento más de su educación cristiana, ¿tiene derecho un padre no cristiano a impedírselo? Yo creo que no. Ese derecho está amparado por nuestra Constitución desde dos puntos de vista.

En el art. 16 como una muestra de respeto a las creencias religiosas de la mayoría de los ciudadanos, respeto cìvico y cultural a la religión más presente en la historia y en la vida actual de nuestra sociedad española. Y en el art. 27 como parte del ambiente educativo que los padres cristianos quieren para sus hijos. La aconfesionalidad del Estado no impone el laicismo, sino que protege la libertad religiosa de los ciudadanos.

La sentencia del juez interpreta la aconfesionalidad del Estado de forma muy discutible. La aconfesionalidad del Estado, tal como está descrita en nuestra Constitución, no impone la laicidad, ni excluye la existencia de símbolos religiosos en lugares públicos. El Estado aconfesional garantiza y favorece la libertad religiosa de los ciudadanos, protege el derecho de los ciudadanos a profesar privada y públicamente la religión que mejor les parezca en conciencia, sin imponer ni conceder privilegios a nadie, es simplemente un Estado que protege el derecho de los ciudadanos a practicar la religión que quieran sin intervenir a favor de ninguna. Aconfesionalidad no quiere decir irreligiosidad, sino neutralidad positiva ante las diferentes profesiones religiosas de los ciudadanos. Y la neutralidad no es medir a todos por el mismo rasero, ni privilegiar al laicismo, sino respetar y proteger el panorama religioso que libremente quieran vivir los ciudadanos.

Entiendo que, en el marco constitucional de la aconfesionalidad, el Colegio tiene que reflejar la voluntad de la mayoría de los padres de los alumnos, o de los mismos alumnos. Si la mayoría son católicos y quieren que haya crucifijos en las aulas, nadie puede negarles ese derecho. Eso es la aconfesionalidad y la democracia. Y si hay otras minorías respetables que quieren otros signos, tienen también derecho a ponerlos. Que convivan los símbolos como conviven las personas. Eso es convivencia y tolerancia. Lo contrario, reconocer sólo el derecho de los laicistas a suprimir los símbolos religiosos, en contra de la voluntad de los demás, es pura intolerancia, imposición, confesionalismo laicista. ¿Cuándo aprenderemos los españoles a vivir juntos, sin fastidiarnos unos a otros, a pesar de las diferencias, respetando mutuamente nuestras libertades y nuestras preferencias? ¿Es que no vamos a poder vivir juntos con tranquilidad y respeto sin agredirnos unos a otros? El pluralismo de la escuela, reflejo del verdadero pluralismo social, tendría que ser la oportunidad para educar a las nuevas generaciones en la convivencia. ¿Queremos transmitir a los niños nuestra irracional intolerancia?

El crucifijo es primordialmente un símbolo religioso, representa la muerte redentora del Hijo de Dios hecho hombre para salvarnos. Y los cristianos tenemos derecho a ponerlo donde estemos, sin agravio ni ofensa de nadie. Los podemos poner en nuestra casa, por supuesto, y los podemos poner también en los lugares públicos cuando seamos mayoría y aunque seamos minoría, como debemos también respetar el derecho de las minorías actuales a exhibir sus símbolos, sin excluir los de los demás. Los padres católicos tienen derecho a que en los colegios públicos se dé a sus hijos una educación católica, y la exhibición de los crucifijos forma parte de esa educación católica. El Estado, los gobiernos de turno, no son los que educan a los niños españoles. Los colegios no son suyos, son de la sociedad real, no tienen que responder a los gustos del gobierno sino a los gustos de los padres y de la sociedad. ¿O es que los lugares públicos no son también nuestros, de los ciudadanos?

Ocurre también que, además de ser símbolo religioso, en Europa, en España, el crucifijo es también un símbolo cultural, pues el cristianismo ha sido y sigue siendo fuente de nuestra cultura. Si llega un día en que en España no haya mayoría de católicos, los usos cambiarán. Las nuevas mayorías, laicistas, judíos o musulmanes, pondrán sus signos o exhibirán sus vacíos. Aun entonces el crucifijo, las cruces y los innumerables símbolos cristianos que embellecen y caracterizan nuestras ciudades y pueblos seguirán siendo testimonio de nuestras raíces, y de un tiempo de nuestra historia que es como es y lo seguirá siendo siempre. Esta animadversión de algunos españoles contra lo cristiano y la condescendencia de nuestras autoridades con estas tendencias que quieren borrar nuestra identidad cristiana son a la vez una falta de cultura y una falta de patriotismo.

Con la lógica de los laicistas intransigentes tendrían que desaparecer los templos, grandes y pequeños, los infinitos cuadros y esculturas de contenido religioso de nuestros museos, habría que suprimir el descanso dominical, las fiestas de los pueblos, los nombres de personas y lugares. Es decir, habría que borrar la historia de España. Creo que la libertad religiosa de los no cristianos y de los agnósticos o laicos está perfectamente reconocida, pero ellos tienen que aprender a vivir con libertad y con respeto en esta sociedad, tal como es y tal como ha sido, sin ofender, sin querer excluir a los cristianos ni al cristianismo de la vida y de la realidad de España.

Porque lo malo, lo peor, de todo esto es que es sólo un síntoma de la voluntad que algunos tienen de cambiar nuestra cultura eliminando toda referencia religiosa, especialmente las referencias cristianas, en la visión del mundo y de la vida, en los criterios morales y en los símbolos y expresiones populares. Para el laicismo radical el cristianismo es una aberración, una enfermedad del espíritu que empobrece la vida personal y social. Esta manera de ver las cosas les hace ver negativamente gran parte de la historia y de la cultura de España. Por eso quieren cambiar substancialmente nuestra vida. Los cristianos no podemos colaborar en este proyecto.

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