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miércoles, 4 de febrero de 2015

La luz de un nuevo tiempo...

La víspera intima con los ímpetus para ataviarse entre la espera. El dulce de las miradas empieza a arrullarse en la espadaña de Santiago. Y el hálito de una grácil brisa -esa pretendiente que desnuda de fervores a los rincones de las callejuelas de un barrio-, va dulcificándose con los vestigios de incomparables momentos.
Quién sabe si el arrabal que acoge a la Hermandad del Señor que emana Caridad domina la inquietud de otros aguardos; por ventura habita al cobijo del abolengo de una parroquia rancia; y a buen seguro las huellas hurtadas por sus callejuelas están acentuadas por las nostalgias rociadas de gotas que ahora caen frescas evocando otras épocas.
Pero es que se anhele, se ansíe o se suspire por ella, un tiempo nuevo de cuaresma ya está aquí, y Él nos la viene a anunciar, Él nos la viene a iluminar. Sera la existencia, el camino, la devoción… o el mismísimo Salvador – que se encarna en la madera y revestido de sangre-, el que irrumpa en lo más hondo de nuestras entrañas para mostrarnos el sendero a seguir.
Que sobrio es el ámbito que esboza Dios cuando sale a la calle, bastante más simple debería  ser interpretar esos indicios que de vez en cuando nos anuncia – eternamente con sus exquisitas y sutiles formas -, ese Dios al que mal mencionamos y muy de tarde en tarde… El hombre y su obcecación, el hombre y su ausencia, el hombre y su materialismo que le hace quedarse simplemente en la envoltura de las esencias. Y es que es Él, quien adormece todos los anocheceres tu desconsuelo, y tus penas, y tus duquelas, bendiciendo la artesa que nos lava del pecado ancestral,… el mismo Dios que habita desde hace más de cuatro centurias en una confluencia de empedrados en donde las quietudes de las emociones se arraigaron a suspirar por distintas caricias, diferentes llantos, nuevos inciensos,… percibiendo que este universo cofrade vaga en pos del desafecto, de la indiferencia, de la frialdad… quebró el aire, lanzó la mirada a las espaldas y obró que las brisas empujaran el chaparrón con el que tornar más rápido que lentamente a su desabrigado y albo hueco. Las cosas de las cosas...y, de Él… Nos entorna el pasadizo de su mirada para que vayamos a descubrirlo, sin pretextos y con la valentía más sincera.
Unos llegaron a Él con la mirada clara de rencores,… esos que estallaron en cuanto anduvieron lejos de su hornacina. Algunos lo contemplaron con el candor de la mirada de un niño,… no con el veneno que segregan en ocasiones las nuestras. Y algunos, solo algunos, lo evocaron en el mismo aliento para darle gracias y suplicar en la misma medida que si existimos es por aliviarle en su pasión.
El tiempo, ese que medita entre ingratitudes, nos hará volver la vista al momento ya vivido y sentiremos lo que acaeció una anochecida de la recién estrenada cuaresma en nuestra ciudad, esa en la que un Dios dormido –clavado en una cruz que sabe a lanzas y esponjas empapadas en sentencias-, anheló transmitirnos que su grandiosidad se encierra en el rincón callado donde su muerte se reza; en la plegaria huidiza de una bulla que avanza de espaldas; y en esa plaza con revuelos de palomas blancas -que linda con sus almas -, y que al desaguar aquel turbión dejo correr más de una lágrima. Llegará el día en que echaremos cuentas y sabremos que sólo en Él reside el poder de dibujar en la bóveda celestial ese velo con el que se desarropa el sueño de una nueva y renovadora cuaresma…

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