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lunes, 28 de octubre de 2013

Sentirse arropado...

... una poderosa intuición del amor, signo de una sucesión de presentes históricos  que uno quisiera detener y eternizar para gozarlos como totalidad de la existencia, imagen ideal pensada y expresada como experiencia del sentimiento. Pasión de amor, de no estar solo. Lo mas hermoso y vital que puede ocurrirnos sin definición posible y pese a sus contradicciones.
Se necesitan, se hacen imprescindibles estas formas y manifestaciones de afecto, si queremos penetrar un poco en las claves, en el código, en algunos de los valores en los que se funda la, para muchos, insólita pervivencia de las cofradías y del carácter cofrade.
Porque las cofradías adquieren su máxima tensión en ese péndulo de posibilidades contradictorias que implica el amor, el afecto al hermano, el cariño en ciertas situaciones. Toda la fuerza humana de la actividad amorosa -condición mortal e inmortal a un tiempo- es, de alguna manera, el sentimiento de vitalidad que el cofrade pone en los rituales de la belleza y de la tradición. Fervores que no pueden comprenderse desde otras perspectivas de la vida, de nuestra vida, al menos desde el punto de vista de los comportamientos habitualmente considerados religiosos, pero que en el caso de los cofrades están llenos de una peculiar gracia y un hondo sentido de religación con lo trascendente, a veces como una necesidad vital de continuidad histórica, e incluso sentimental, o una forma de herencia en la que se manifiesta la inmortalidad afectiva.

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